Tras la debacle económica de 2001, el empobrecimiento de las clases populares generó ejércitos enteros de brazos que, cuando caía el sol, salían a las calles en busca de cartones. Eran los cartoneros, que multiplicaron su presencia en Buenos Aires en aquellos años aciagos. Al mismo tiempo, la fuerte devaluación del peso convertía las importaciones de papel y libros en un bien de lujo, o casi.
Un buen día, Washington Cucurto y Javier Barilaro, que ya editaban pequeños y coloridos libritos de poesía, decidieron aunar estos dos efectos de la crisis en un solo proyecto. Y se inventaron una editorial que se apoyaba en dos objetivos fundamentales: dar empleo de calidad a esa clase trabajadora empobrecida y fomentar la lectura entre el público con menos recursos. Había nacido Eloísa Cartonera. En poco tiempo se convertiría en un icono de la estética de una época conmocionada por la virulencia de una crisis que, en buena parte,simbolizaban los cartoneros como metáfora humana y espejo social.
Unos años después, Eloísa puede vanagloriarse no sólo de su original «estética cartonera» y sus precios populares, sino también de contar con un excelente catálogo de la literatura latinoamericana de vanguardia con alrededor de 200 títulos de escritores principiantes o consagrados, entre los que figuran Julio Cortázar, Horacio Quiroga, Dani Umpi, Hugo Vizcarra, César Aira o Tomás Eloy Martínez. El sueño confeso de los editores: publicar los cuentos completos de Rodolfo Walsh.
Han pasado diez años, un número redondo que ahora festejan con exposiciones y conferencias, en centros culturales y en su sede del barrio porteño de La Boca, donde hasta hoy funciona su modesta imprenta. La precariedad de recursos ha dado paso a un éxito que se sostiene en la originalidad de sus libros, de esa «estética cartonera»; aunque a los editores les gusta recordar que, en un libro, lo importante es el contenido.
La cooperativa se instituyó legalmente como tal en 2008 y, gracias a su visibilidad mediática, ya no sólo venden en ferias y conciertos, sino también en veinte librerías porteñas y otras veinte del interior del país. Pero el espíritu iconoclasta y desprejuiciado se mantiene: los libros se realizan con cartones que se compran a un precio justo a los cartoneros, se pintan a mano -en ocasiones, niños que estarían junto a sus padres recogiendo cartones si no fuera por este proyecto- y se convierten así en una pieza artesanal única e irrepetible. Todos realizan sus aportaciones, sin importar el origen social.
Diez personas trabajan hoy de manera estable en la cooperativa. Los cartoneros han sido los únicos que han cobrado desde el comienzo; hoy, a fines de mes los beneficios se reparten entre los cooperativistas a partes iguales. El proyecto se mantiene vivo y crece, pero el precio reducido al que se venden los libros -algo así como un euro al cambio- impide que se generen grandes plusvalías. Tampoco es la intención: Eloísa nació como un proyecto sin ánimo de lucro. Y, si bien el lucro no es excesivo, sí lo ha sido su repercusión en Argentina y otros países. Se han fundado decenas de iniciativas similares, cartoneras, en toda América Latina: ahí están las editoriales Yerba Mala y Mandrágora en Bolivia, Cartonera en México, Dulcineia Catadora en Brasil, Sarita en Perú o Jambo en Paraguay.
Marginalidad y belleza
Cuando la creatividad está por encima del beneficio económico, sucede que cada actividad es un acto a la vez artístico y funcional. Como cuando la venta en la calle deviene en performance. O cuando pintar los libros -que cada uno ilustra como quiere- se convierte en un acto conjunto de arte callejero.
«No se trata de hacer el culto a la pobreza, pero sí de no sentirse intimidado por ella», resumió en una ocasión Ricardo Piglia, uno de los escritores que han cedido sus obras para la publicación por Eloísa Cartonera. La editorial se mantiene fiel a una estética que confronta el color y la belleza con la sencillez de un material vinculado a la marginalidad. Y no se trata de eludir esa vinculación, sino todo lo contrario. Se trata de colocarla en la superficie, para que se vea, para que no haya cómo mirar hacia otro lado; y, también, para que se pueda reconocer en el cartón la belleza y, por medio del trabajo comunitario, se vayan desafiando los prejuicios en la búsqueda común de una estética propia.
Mis respetos para usted doctora Natalia. Eres un sol entre tanta obscuridad. Muchas gracias por su trabajo, gracias por despertar…