Recuérdese a sí mismo, siempre y en todas partes. Recuerde que usted ha venido habiendo ya comprendido la necesidad de luchar contra sí mismo: únicamente contra si mismo. Por lo tanto, agradezca a quien quiera le dé dicha oportunidad. Sólo al vencer los obstáculos puede un hombre desarrollar en sí mismo las cualidades que necesita.” (G.I.Gurdjieff )

 

En todos los rituales iniciáticos siempre se nos recuerda que el mayor de nuestros enemigos somos nosotros mismos. Hay un momento en que esta enseñanza se imparte de forma increíble, atravesando nuestras consciencias con absoluta claridad. Es por ello que todos aquellos que nos rodean, especialmente nuestras parejas, nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros hijos… son siempre nuestros maestros, aquellos que han de mostrarnos las cosas más hermosas de nosotros mismos, pero también las más horribles. Siendo así, ¿por qué huimos de ellos? ¿Por qué tendemos a huir de nuestros verdaderos maestros?

El verdadero maestro interior es aquel que reconoce, ante la luz de la evidencia, que aquellos que nos sacan de nuestras casillas son los mejores maestros para crear en nosotros la verdadera templanza, la auténtica serenidad y la necesaria gobernanza de nuestros incontrolados deseos. Por eso nuestro maestro interior elige a consciencia (aunque para nosotros sea, aparentemente, un acto totalmente casual o inconsciente) a aquellas personas que han de obrar en nosotros el milagro de la transformación.

Es evidente que no debemos obligar a nadie a que permanezca a nuestro lado. Eso siempre es una elección voluntaria que nace del libre albedrío, pero sí resulta hermoso, al menos cada vez que se avanza un paso más en la disciplina del autoconocimiento, el elegir a aquellas personas que sienten la vida desde la misma perspectiva. Es decir, que son capaces de mirarse al espejo de la vida y reconocer a su verdadero enemigo. Siendo así, las vidas parejas siempre tejerán una increíble e imperecedera complicidad que hará que el crecimiento interior se vuelva, con el tiempo, en implicación hacia el mundo exterior. Ese es el camino de los que desean hollar la senda de la vida plena, aquella que observa expectante las sutilezas de todo lo creado.  Sepamos pues elegir correctamente a nuestros compañeros de viaje, aquellos que en consciencia desean progresar hacia el infinito, aquellos que tienen el recuerdo de sí mismos y obran en consecuencia ante los errores, las virtudes y los defectos.

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