“Alguien que está lejos de la sanación, su ego da vueltas y vueltas alrededor de su yo, repite y repite los mismos síntomas, una y otra vez. Mientras que alguien que entra en la sanación, sale fuera de esos círculos, ya no da mas vueltas, ya no repite”. (Marianne Costa)
La corriente de vida fluye lánguidamente por la orilla de nuestras parceladas existencias, bordeando la brumosa atmósfera de nuestros pensamientos, salpicando la verde hierba que crece en nuestros prados emocionales, rozando nuestra hambre y nuestra sed, deslizándose suavemente entre los juncos de nuestra necesidad.
Para algunos resulta pesado y difícil sentarse y contemplar el reguero de vida. La ignoramos, le damos la espalda, acogiéndonos a nuestras perturbaciones, creyéndonos incluso a veces más sabios que su fluir constante e ininterrumpido.
Preferimos dormir en las frías rocas de nuestra ignorancia durante toda una vida sin darnos cuenta de nada de lo que pasa a nuestro alrededor.
Somos especialistas en crear barreras, muros infranqueables, verdades absolutas en un mundo donde lo relativo es relativo y donde lo único que permanece por siempre es el estimulante cambio. Somos bestias que pisoteamos una tras otra las perlas que la vida nos ofrece, los regalos que el destino nos pone frente a nosotros para crecer, para expandirnos, para llegar a lo más alto. Pero renunciamos, en nuestra ceguera, a todo por miedo, por sentimos atacados, porque nos doblegamos ante la tiránica ignorancia antes de agachar respetuosos y humildes nuestras cabezas ante el corazón sabio.
Es normal que hayamos olvidado los lirios del campo y su fresco y perfumado verdor. No recordamos las formas de las nubes blancas sobre las montañas ni el sabor salvaje de la fruta del bosque. Estamos consumidos en nuestras orillas solitarias, en nuestro interior oscuro y horrendo, en nuestras vasijas de barro, tan frágiles ante las fuerzas de la vida. Nuestras pezuñas brutales pisotean la hierba olvidando el justo equilibrio entre todas las cosas. Y nos quejamos cuando la vida nos habla, y hablamos de crisis, de pérdida, de sinsentido. Cuando realmente lo que ocurre es maravilloso porque la vida desea que aprendamos a escuchar, aprendamos a sanarnos, a no depender de las cosas, a ser piadosos con el mundo y virtuosos con nuestra naturaleza.
Cuando nos abrimos al mundo y dejamos que la vida nos preñe, sentimos la necesidad de explotar en mil pedazos antes que atarnos al deseo o ser siervos del temor. Volamos altos y fuertes ante la necesidad de regenerar nuestros obstruidos vínculos. La vida nos enseña una y otra vez, y nos repite en susurro las pruebas que debemos vencer, los obstáculos que nos harán cada vez más humanos. Y nos envía maestros constantemente que son nuestros hijos, nuestros hermanos, nuestros padres, nuestras mascotas, nuestros amigos, nuestros enemigos, nuestros vecinos.
Pero a veces es tal nuestra ceguera que no aprendemos. Nos escondemos en nuestros adentros, meditamos a las cinco de la mañana o rezamos cien rosarios cada día con tal de no abrir el pecho al mundo y a la vida. Tantos y tantos años viviendo dentro de nosotros, refugiándonos en nuestro maestro interior, en nuestro yo y en nuestros yoes, en nuestros sufrimientos y nuestras incertezas, que olvidamos que la vida está en todas partes, y ella nos habla a cada instante. Escuchemos su susurro, abramos el corazón a sus enseñanzas. Y en todo caso, la generosidad nos abrirá el camino, porque la vida es generosidad, y relación, y compartir.
Mis respetos para usted doctora Natalia. Eres un sol entre tanta obscuridad. Muchas gracias por su trabajo, gracias por despertar…