“La relación es el espejo en el que nos vemos a nosotros mismos tal como somos. Toda vida es un movimiento en relación. No existe nada viviente sobre la Tierra que no esté relacionado con una cosa u otra. Aun el ermitaño, un hombre que se marcha a un paraje solitario, sigue en relación con el pasado y con aquellos que le rodean. No es posible escapar de la relación. En esa relación, que es el espejo que nos permite vernos a nosotros mismos, podemos descubrir lo que somos, nuestras reacciones, nuestros prejuicios y temores, las depresiones y ansiedades, la soledad, el dolor, la pena, la angustia. También podemos descubrir si amamos o si no hay tal cosa como el amor. Por lo tanto, examinaremos este problema de la relación, porque la relación es la base del amor”. Krishnamurti
Todo está relacionado. El respirar se relaciona con el aire. El palpitar con la expresión de vida. La mirada con la luz. El tacto con el rostro suave. Miremos donde miremos hay relación, interconexión, apoyo, cooperación. Y toda esa relación, como expresaba Krishnamurti en algún escrito, está en continuo movimiento.
Ayer mientras paseábamos por el Retiro contemplaba el ahuehuete centenario, ese que dicen que es el más antiguo de la ciudad. Observaba sus extensas ramas, como si el tronco estuviera estirando todo su ser para alcanzar el cielo, para relacionarse con la vida que nace de la luz al mismo tiempo que estira sus raíces para relacionarse con la oscuridad profunda de la tierra. Los árboles son un vivo ejemplo de cómo se relacionan de forma tan extraordinaria y perfecta con su medio, el visible, ese que pretende abrazar el cielo, y el invisible, el que penetra la cálida tierra profunda.
Los seres humanos nos relacionamos por necesidad. Necesitamos respirar al otro, tocarlo, besarlo, abrazarlo, comunicar con el otro nuestras inquietudes y anhelos y viajar con el conjunto hacia un destino común. La base de toda relación es el amor, aunque para algunos ese amor tan sólo pueda nacer desde su primigenio más débil, el egoísmo o amor propio. En todo caso, nadie puede escapar al amor, aunque sea minúsculo, y nadie puede escapar a la relación, aunque a veces cueste entenderse con el diferente, con el igual, con el prójimo próximo.
No podemos parar de movernos, porque el movimiento es sinónimo de vida. Y la vida nos arrastra hacia su contemplación, hacia el arrebato, hacia la felicidad de poder sentirnos privilegiados en este momento único, en esta oportunidad irrepetible. Si dejamos de movernos nos extinguimos y si dejamos de relacionarnos nos apagamos y desaparecemos. ¿Cómo entonces no abrazar un árbol, y cómo no hacerlo con ese ser humano deseoso?
Ahora nos queda un largo recorrido para profundizar en la enseñanza de la relación, es decir, en la enseñanza del amor y no la guerra, del dar y no esperar nada a cambio, de desear lo mejor para todos y de proteger esa llama viva de esperanza en un mundo de mejores y más poderosas relaciones. Ahora nos toca aprender como relacionarnos mejor, como abrazar mejor, como comunicarnos mejor con el otro, con el medio, con el universo entero. Nos queda comprender que la vida es relación y que esa relación requiere un movimiento continuo hacia el aprendizaje. Aprendamos a relacionarnos, aprendamos a vivir mejor, más amorosamente, más relacionados los unos con los otros, en paz y armonía, en plenitud y decoro.
Mis respetos para usted doctora Natalia. Eres un sol entre tanta obscuridad. Muchas gracias por su trabajo, gracias por despertar…